No siempre tenemos los amigos que merecemos. En una ocasión, hace muchos años, uno de ellos me invitó a navegar en su barco a vela. Yo no sabía absolutamente nada de navegación y tengo la sana intención de que siga siendo así por siempre.
Algo tarde, cansados, pusimos rumbo a tierra. Es fácil desviarse sin referencias. Una variación de menos de un grado termina, al cabo de unas pocas decenas de millas naúticas, provocando una desviación enorme. Sin prestar la debida atención a los instrumentos, nos vimos en un punto de la costa donde era imposible desembarcar. Ya desesperados y cabotando, alcanzamos el puerto de noche.
Una mínima variación inicial en el rumbo crece exponencialmente y hay que hacer correcciones durante toda la travesía para no acabar en cualquier parte menos donde querías acabar. Es una lección que aprendí por las malas.
Esta comparación me ha resultado siempre útil para comunicar la importancia de distinguir entre objetivos a largo plazo, los objetivos a corto plazo, las correcciones a realizar en función de la información recibida a través de los mecanismos de control apropiados y métricas para determinar dónde estamos, y cómo saber cuándo y cómo hemos llegado a donde queríamos ir.
Esto, en Agile, se consigue con entregas frecuentes que permitan mantener a las partes interesadas informadas sobre la trayectoria y recibir el feedback necesario para corregir el rumbo y, de ese modo, gestionar la incertidumbre, anteponerse a los cambios imprevistos y situaciones inesperadas.
Los grandes objetivos de desarrollo se dividen en unidades que permitan su medición, tan pequeños como sea posible para orientar los esfuerzos y adaptarnos al entorno cambiante. De esta manera gestionamos la incertidumbre, hacemos constantes y pequeñas variaciones, reportamos e informamos de los incrementos de valor y recibimos la información necesaria para readaptar la estrategia.
En un proyecto en el que trabajé, acaban de informarnos de que nos estábamos integrando con una pieza obsoleta y, por lo tanto, hay que volver sobre nuestros pasos, rehacer buena parte del código, revisar roadmaps, dependencias… Y, en fin, volver al estado de proyecto de hace varios meses.
El cambio no fue comunicado hasta que ya era demasiado tarde. Y, además, lo fue por pura casualidad, no es que fuera una propuesta activa, sino, simplemente, un “pasaba por allí”. El equipo que desarrollaba la pieza contra la que debíamos integrarnos no revisó impacto, no se coordinó con otras áreas implicadas ni gestionó los cambios de orientación o necesidades de sus funcionalidades..
Sin comunicación, convergencia ni transparencia, es imposible revisar dónde estamos, dónde queremos ir ni el cómo hacerlo. La revisión debe ser constante y compartida, sobre todo en proyectos donde intervienen varios agentes, de otro modo no es posible converger ni gestionar hitos de negocio.
Agile no va de alineamiento, porque eso cercena la innovación y las voces discordantes que tanto enriquecen a los equipos. Agile es transparencia y entendimiento compartido de la situación en todo momento. Sin eso no hay desarrollo iterativo incremental, posibilidad de revisar ni entrega de valor.
Es capital saber donde estamos nosotros y respecto a todos los demás, y viceversa. Necesitamos un marco de referencia para poder revisar el rumbo con las herramientas al alcance y nuestra pericia para poder llegar a buen puerto. Agile nos ayuda mediante ciclos cortos de desarrollo, revisión de los resultados para poder modificar el plan establecido y comunicación.
Imagen: Freepik




0 comentarios